La exposición propone una reflexión estética e ideológica sobre el arte del exilio español en su conjunto, abordando la naturaleza de las transformaciones experimentadas por los lenguajes visuales que los artistas transterrados llevaban como equipaje al abandonar España.
La delimitación cronológica (1939-1960: final de la guerra civil y arranque de la modernización del arte peninsular) intenta volcar el contenido estético de la muestra sobre un periodo en el que aún se percibe con intensidad ese solapamiento entre la memoria del origen, que va desvaneciéndose poco a poco, y la fuerza fecundadora de los nuevos contextos.
Una instalación de seis pantallas rodea al visitante con imágenes de la guerra, bombardeos, huidas y campos de refugiados, que lo sumergen y le hacen sentir el tránsito al exilio.