La estructura de una obra de Soledad Sevilla dibuja la distribución en planta de los falsos muros de la sala.
Una exposición como la acción de exponer, de ubicar una pieza en un lugar para ser vista por los demás; pero, también, como el acto de contar, explicar, relatar. Y más, por definición, como «la situación de un objeto con relación a los puntos cardinales del horizonte», lo que en un interior de un edificio son las cuatro paredes y, además, el suelo y el techo. Si a la pieza y al espacio, añadimos el punto de vista del espectador, tenemos los tres elementos que definen la exposición como medio y lo diferencian de cualquier otro. Si al lugar, al objeto y al espectador sumamos el movimiento, multiplicamos los puntos de vista y por tanto las facetas de lo observado y la experiencia visual de la visita. El diseño de una exposición ordena el espacio interior dando forma a una composición espacial tridimensional visitable, que se recorre, y donde las formas sólidas, los vacíos y los materiales, conforman el espacio cambiante. Un espacio que nos define los diferentes puntos de vista de nuestro recorrido, convirtiéndose en el mediador entre el visitante y los objetos con sus significados.
Un gran pórtico da entrada a la sección de "Totalitarismos viriles" y enmarca las esculturas e imágenes situadas al otro lado.
Un conjunto de cortinajes translúcidos organizan los espacios y permiten ocultar e insinuar al mismo tiempo, como en un acto de "voyeurismo".
Con una combinación de cuatro tonos de azul, el juego gráfico modula las paredes y dibuja los recuadros que enmarcan y ordenan la obra, además de destacar los tonos cálidos de estas.
Podríamos pensar que la exhibición de una pieza artística no debe necesitar una ubicación especial; que la pieza como tal, desnuda de atrezzo, debe ser suficiente; que basta aislarla en un espacio neutro para que se muestre, exprese y comunique con el espectador. Pero la obra se ve totalmente condicionada por el espacio en el que se instala, por muy neutro que este sea; incluso podríamos pensar en la exposición como un enfrentamiento o diálogo entre la obra de arte, el objeto y la arquitectura. El espacio, la escenografía, pueden condicionar, fagocitar a la obra, o puede proponer un lugar que permita percibir la intención del autor. El artista en su taller puede concebir la obra al margen del espacio en el que se va a exponer; pero la exposición debe permitir al espectador, y provocar en él, la interpretación del sentido de la obra: conocerla y entenderla.
Grupos de piezas componen escenas enmarcadas por cajas de luz, que rodean a la escena central con los guerreros, construyendo toda la escenografía.
Veinticuatro grandes urnas en líneas sucesivas crean una escenografía donde las piezas levitan en sus soportes y ocupan toda la sala tanto visual y físicamente. Lo único que no es transparente, en todo el espacio, son las propias piezas.